En algunas ocasiones cierto grado de preocupación puede ser beneficioso, pero cuando nos preocupamos en exceso, esta capacidad deja de beneficiarnos y empieza a perjudicar nuestra calidad de vida y nuestro bienestar.
Cuando nos preocupamos excesivamente nuestra mente y energía están en el futuro, entonces nos perdemos la oportunidad de vivir nuestro presente. Como nuestros recursos son limitados, si nuestra energía está centrada en el mañana, no nos queda energía para el hoy, y pueden aparecer sentimientos de frustración, estrés, desconexión, falta de eficacia, disfrute y productividad.
Cuando nos preocupamos en exceso, perdemos la oportunidad de ocuparnos en aquello que sí está a nuestro alcance y que forma parte de nuestras posibilidades reales actuales.
Cuando nos preocupamos en exceso, la ansiedad llama a nuestra puerta y se encarga de decirnos que nuestra mente está yendo más deprisa que la vida.
¿Qué hacemos con todo esto? Como no podemos dejar de preocuparnos, al igual que no podemos dejar de pensar, el primer paso que tenemos que dar es dejar de luchar contra nuestra mente.
Toma distancia y cuestiona tu preocupación:
¿Hay algo que puedas hacer ahora?
¿Está en tu mano aquello de lo que te preocupas?
¿Te seguirá preocupando el mes que viene?
¿Qué es lo peor que puede ocurrir?
¿Qué probabilidad hay de que ocurra eso que temes?
¿Qué otras cosas pueden ocurrir?
¿Qué alternativas se te ocurren a lo malo que prevés?
¿En qué otras situaciones te has preocupado, pero al final las cosas salieron mejor de lo que esperabas, o pudiste afrontarlas y salir adelante?
Estas son algunas de las preguntas que puedes hacerte para poner en perspectiva y relativizar tu preocupación.
Ocuparte de aquello de lo que sí puedes ocuparte. Y si no puedes sola, no dudes en pedir ayuda.
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